
Contaba Adrian que hacía años, cuando vivía en Inglaterra, tenía un perro, un pastor alemán, creo recordar. Una tarde cuando volvió a casa, se encontró al perro jugando con el conejo muerto de sus vecinos. Era uno de estos conejos domésticos que vivía en una jaula en el jardín y que los niños cuidaban cada día.
Inmediatamente pensó que la discusión con su vecino era inevitable, pero rápidamente tuvo una idea…Cogió el conejo, lo lavó con cuidado, lo peinó y saltó la valla a casa de su vecino colocándolo en la jaula. A media tarde llegaron los vecinos y al cabo de un rato se empezaron a oír gritos y lloros de los niños. Adrian se asomó a la valla y preguntó qué pasaba. Con cara de asombro y espanto su vecino contestó:
“- No entiendo nada… ayer se murió el conejo. Lo enterramos en el jardín, y ¡hoy ha aparecido en la jaula!”
Y es que a veces, muchas veces, la primera impresión no es válida. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a problemas en el trabajo o en casa los resolvemos sin hacer el más mínimo análisis. Basándonos en nuestra primera impresión. El resultado en muchas ocasiones es un error garrafal, en otras un pequeño error que es posible que no identifiquemos y que pagaremos durante mucho tiempo.
Una parte fundamental del cambio que se debe producir en una organización tiene que ver con la forma con la que se analizan los problemas. Hay una gran cantidad de herramientas publicadas para hacerlo, (Causa – Efecto, 5 Por qués, Kevner Tregoe, etc.). Mi recomendación es empezar por uno de ellos, quizás sólo el preguntarnos por qué y comenzar el cambio en la organización.